Un mal día de infancia, allá por inicio de los 90´s, mis padres habían tenido una discusión. Yo estaba como en otras ocasiones, tratando de evadir la realidad en mi mundo, era un mundo privilegiado, de juguetes heredados por mis hermanos y algunos propios, también podía contar con el ajetreo de la juvenil vitalidad de mis hermanos y la música que escapaba de sus cuartos, que eventualmente callaba o se apagaba con un portazo que la encerraba dentro de sus aposentos. En ese momento, ya nada era suficiente para ignorar la realidad, oía los gritos de mi mamá, las réplicas de mi papá; el tumulto de palabras que se acumulaban una sobre otra recorriendo cada rincón de la enorme casa. Y yo que no tenía un espacio propio donde resguardarme, me quedaba petrificado, primero asustado, luego conforme el conflicto evolucionaba para superar los insultos y las amenazas, me volvía un espectador atento que trataba de descifrar los motivos, de evaluar las responsabilidades y calificar la calidad de los argumentos, lo terrible de cada palabra que criticaba, señalaba, destruía y ponía en evidencia que las relaciones humanas están cegadas por intereses que cada integrante aborda y defiende, a veces, con pasión destructiva.
En mis manos podía haber un muñeco con las rodillas flexionadas, levitando sobre una caja en una escena de acción compuesta con toda clase de objetos desde pedazos de juguetes rotos, material de empaque de unicel y lamparas o sillas de la habitación donde me encontrara. Me quedaba ahí por un momento, como en pausa, congelado con el brazo extendido y los ojos viajando lentamente al ritmo descontrolado y caótico de azotones de puertas, trastes, manotazos sobre muebles, idas y vueltas por los pasillos hasta que las cosas empezaban a calmarse. Esa calma solía ser iniciada por la renuncia incondicional de mi papá a la discusión; él expresaba su hartazgo por las exigencias descabelladas y expectativas a veces "fantásticas" de mi madre, ella estaba tan comprometida con su propia narrativa que nada existía más que su sufrimiento y mi él simplemente terminaba por salir al jardín. Para ese momento el compromiso de mi madre se volvía más una escena dónde un reflector apunta al histrion a mitad de un monologo. Aquello era el desahogo final, la exposición no para que mi padre oyera todo lo que a ella le frustraba sino más bien, una especie de catarsis motivada por demostrar a los que quedaban, los que aún oían, que ella tenía la razón, que su molestia, que su frustración eran reales y que ella era la victima.
Muy a menudo y sin saber mi papel, fui el juez silencioso aparentemente omnipresente en ccasa, dándole la razón a uno y a otro, matizando en mi mente sus palabras con mis puntos de vista, revisando hechos sacados a colación durante las discusiones y contrastándolos con mi experiencia de los mismos. Me daba cuenta que cada uno asumía aspectos de la realidad muy particulares, a veces engañados por su propia percepción de las situaciones o influidos por alguna carga previa que no había sido correctamente resuelta. Creo haber descifrado varios de sus patrones a tal punto que llegue a temer "la gota que derramó el vaso"; en la convivencia diaria empezaba a notar como uno hacia cosas que sabía que molestaban al otro y eran muchas veces completamente inocentes al respecto, porque sencillamente nunca tuvieron la calidad del tiempo para entenderse y de verdad escucharse, más allá de recriminarse y sojuzgarse. Yo sentía que vivía en la cuerda floja, siempre esperando el momento en que mi mamá estuviera tan harta que lograra a su vez que a mi papá se le agotara toda la paciencia. Ese día sería el fin de mi mundo, el fin de la idea que tenía de mi hogar, imperfecto, completo y feliz.
Hoy es 1 de Noviembre de 2025. Por la mañana vi un tiktok, del tipo de contenido que busca explotar la nostalgia de la forma más sencilla y sin ningún efecto, se trataba solo de un texto sobre fondo blanco, repetido hasta el cansancio cuando uno pone atención, decía algo como: "¿Qué es lo primero que haría si hoy despertaras hace 20 años y todo lo que ha pasado hubiera sido un sueño?"... -Bueno, he de reconocer que es uno de esos ejercicios con los que me gusta torturarme, en parte porque me atemoriza el paso imparable del tiempo y quisiera despertar y oler el aire de la casa familiar, mi casa; el olor del desayuno y el sonido de los zapatos de mi madre deambulando de un lado a otro, cerrando puertas, moviendo trastes y sartenes, su vos lejana a través de las habitaciones, la música de mis hermanos compitiendo por ser protagonista, sentir los nervios de que mi papá pueda estar leyendo el periódico en la sala o en el jardín cortando un árbol, impaciente y enojado porque me despierte y vaya a ayudar. Y... oír su voz una vez más.
Una día, hace muchos años, habiendo dejado de ser un niño, mis padres pelearon una vez más, las cosas cursaron con silencios cortantes e incomodidad entre ellos durante el resto del día, ese día mi papá se fue a dormir a la sala en el extremo opuesto de la habitación matrimonial. El lugar era (es) amplio, con ventanales que rodean la estancia que contiene también un comedor más elegante para los eventos familiares, el techo alto y el pasillo amplios dan la sensación de que este lugar no es un cuarto sino una extensión. Los sillones reposan sobre una alfombra fija rodeada por un delgado marco de mármol y en uno de sus lados se levanta una chimenea también de mármol que tiene la peculiaridad de que cuando se usa, el humo suele meterse a la casa y por ello casi nunca encendemos. Ese noche determiné que mi madre no había tenido razón y sentí una profunda pena por mi padre, un hombre que no era un gran decorador, ni tenía un gusto refinado, ni era un hombre de mundo, el que había construido esa hermosa y gran casa para deleitar a mi madre, de acuerdo a sus exigencias y para dar techo a toda su familia. Ese hombre pequeño y grande nunca iba a ser perfecto para nadie y con los años iba a seguir menguando hasta desaparecer.
Esa noche fui a la sala y me hinque junto a él y le dí un beso en la frente arrugada, requemada toda una vida por el sol, le desee buenas noches y me fui. Luego, hace 6 años me acerque a mi padre y le di un beso en la frente, esta vez le agradecí por todo y le susurré al oído "te amo", pero ese día mi padre no me oyó y no despertó más.
Hoy puse su ofrenda, muy simbólica a comparación de otros años en los que comprábamos la comida que le gustaba y la compartíamos al día siguiente. Este ha sido un año duro, trabajar imparablemente ya no basta y entre mis oraciones dedicadas a él me sentí apenado por no ser el proveedor que el fue.


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