Caza Mutantes en Casa (Parte 1)

Dos fotos de mi colección en los buenos años.

Era 1994, el olor de las tintas y el papel de los comics se había vuelto un anhelo inconsciente; la pluma "bic" y los cuadernos abandonados con hojas en blanco eran un consuelo para mi mente inquieta; la escuela era un asco, tenía un par de "amigos", personas que ayudan a que una rutina miserable sea más llevadera, pero que a fin de cuentas son personas y las personas lastimamos. En mi "habitación", un pasillo con medio muro levantado que separaba la habitación de mis padres para darme la ilusión de privacidad, tenía un tocador con un cajón que servía para atesorar mi colección de muñecos de marvel. 

 

 Mi tesoro, mis compañeros de aventura, figuras de 15 cm de Toybiz con unas cuantas articulaciones que hacían que todo cobrará vida cuando se adentraban en ciudades de cartón y guaridas de villanos en sillones y cojines. Spider-man con unos brazos extendidos de forma fija como si fuera la "W" de "WMCA" de "Village People", unos hilos salian de sus muñecas y terminaban con unos pequeños imanes. Probablemente un spiderman con "web swinging action"... daba igual, ese tipo de "features" que los fabricantes de juguetes ponían siempre me parecían un extra innecesario, más contraproducente para el diseño y apariencia de la figura. Este Spiderman era el Rocky de la escena final de la película homónima, siempre estaba cantando victoria conesos brazos tiesos. 


 Ese mismo fenomeno se repetía con incontables muñecos; a Sabretooth le juntabas las piernas a riesgo de romper la articulación de la cadera para que echara los hombros ligeramente para atrás y abriera la boca, si claro el detalle de la boca y los colmillos era apropiado, pero a costa de perder casi toda articulación adicional, incluso la del cuello. Gambit era el peor, a día de hoy muchas de esas figuras se encuentran comunmente rotas de los brazos o piernas debido al "mecanismo" de acción que los jugueteros se obsesionaban por forzar en un juguetes para que los niños imaginaran que algo en esos pedazos de plástico tenía un poco
de vida. 

Ciclope y Wolverine eran los casos más exitosos, en el caso de ciclope, presionabas un botón en su espalda y su visor se encendía, el efecto era asombroso desde mi perspectiva infantil y el único sacrificio era la articulación del cuello que no se echaba en falta teniendo en cuenta que el resto de sus extremidades tenía justo el nivel necesario de articulaciones. Wolverine amarillo traía unas garras con resorte muy sencillas que realmente no hacían nada por si solas, solo aparentaban enterrarse al presionarse sobre una superficie como un cuchillo de uitilería y de nuevo, con toda la articulación deseada par ala época. 

Entre muchos otros casos de mis figuras favoritas llegamos a mi gran decepción secreta. El centinela, un majestuoso muñecote de unos 30cm (calculo), una pieza que me había sido ultra difícil de adquirir, y cuya colorida y espectacular caja era una promesa de una figura cargada de posibilidades para mis aventuras. Una promesa que duró hasta que abrí la caja y jugué las primeras rondas de combates de prueba entre varias de mis figuras favoritas, era obvio que cada figura tenía que destruir a este robot asesino. Y si hay algo que reconocerle a parte de haber llegado a mi vida en un momento de mi vida en la que le saqué mucho provecho, es que destruir esta cosa era una delicia; el sueño de un niño que ve a sus admirados y sufridos x-men acabar con este despiadado cazador artificial, pieza por pieza. 

 

Este centinela tenía unos botones en ambas rodillas, al presionarlos o más apropiadamente golpearlos, los pies se desprendían, al menos en teoría, pues la mayor parte del tiempo la expulsión quedaba obstaculizada por el peso de la figura de pie y el piso donde estaba de pie (duh!); al empujar la cabeza hacia atrás, la parte frontal del torso también se desprendía, revelando una supuesta área de captura de mutantes, lo cual siempre me pareció estúpido, sin embargo era súper apropiado para representar ese grado de destrucción adicional tan añorado. Luego, uno de los brazos era capaz de arrojar un puño como proyectil, al más puro estilo Mazinger, algo que añadía más detalle a mi propósito pero que como propósito preestablecido por los diseñadores, no me terminaba de convencer. El otro brazo, en cambio si presentaba un mecanismo que sí me parecía útil, un hilo retráctil para atrapar mutantes y levantarlos al jalarlos por la cintura, no tenía suficiente fuerza para levantar cualquier figura pero era un mecanismo decente. Uno de los grandes aspectos en contra, y punto central de mi decepción era que esta figura solo tenía articulaciones en ambos hombros, el resto era un tronco de plástico hueco. Pero como pasa con todos los que disfrutamos los juguetes, sepulté mi descontento y goce al único centinela que tuve, aunque soñara con algún día tener al menos media decena... 


El año era 1994 y yo era feliz. 


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