La llaga del Blackbird (Parte 1)

Muchos podemos identificarnos con la sensación infantil de desear algo que no podemos obtener, ¡caray! incluso como adultos, nos solemos encontrar con un residuo de esa frustración hasta que recobramos la cordura y nos resignamos de ser necesario. 

En mi infancia "tardía", allá por los 90´s me encontré por los pasillo de juguetería el "blackbird-jet" de los X-Men, popularizados en esa época por la serie animada homónima producida por Saban Entertainment. La felicidad ansiosa de ver esa caja me inundó. Los colores, la ilustración... luego voltear la caja en mis manos y ver cada lado y pensar en las posibilidades.

Referencia usada por Dioramax

No se trataba de un vehículo popular, oh no, esto era un playset. Podías dividirlo en tres partes, cada una con sus propias interacciones; la cabina se separaba y se convertía en una pequeña versión de un vehículo o modulo de escape. El cuerpo de la nave por sí mismo se extendía y le daba forma a un centro de mando en el interior del blackbird o una alusión al cuarto de guerra, con pantallas retractiles una silla giratoria y una torreta con proyectiles expulsados por resortes, al estilo de la mayoría de los juguetes con armamento. La última parte era la cola de la nave estaba conformada por las alas.Se suponía que podías poner una figura sentada en esta sección, la cual parecía ser un vehículo independiente o algo que hasta la fecha no entiendo, luego al presionar un botón, un cilindro salia violentamente por debajo de las confiadas nalgas de nuestro X-Men favorito y si teníamos suerte, lo arrojaba por los aires. Debo confesar que esta era la parte que menos sentido me hacía y que incluso, como puberto malicioso, me provocaba un poco de pena por aquello de que se le empujara brutalmente un cilindro de plástico en  posición y área tan vulnerable.

Referencia usada por Dioramax

Para cuando terminé de reflexionar con la caja entre mis manos y la mirada inquieta, vi el precio, sentí un vacío en el estomago y una ligera tristeza como aquella cuando uno se despierta de un sueño nostálgico, y sin acabar de superar el shock de la decepción, me encontré con el centinela de toybiz... Esta de sobra decirlo, pero si no quedó claro; no tenía ni un centavo y pedirle a los padres era algo ya en desuso.

En ese entonces ya había formado una pequeña colección con las figuras que habían estado a mi alcance y dentro de mis posibilidades económicas. Hay que tomar en cuenta que las figuras más populares no llegaban a las tiendas o se agotaban, y el único stock era de personajes a los que la caricatura no daba mucho crédito como el infame Arcángel "alas de cascara de banana", con acción de disparo; o Iceman "cuerpo de niño", con su plataforma de "hielo". 

De todos modos, mi personaje favorito, el gran "Wolvie" había llegado a mi, gracias a un amigo de la escuela que se apiadó y me lo vendió con cariño (eso quiero creer). El decía que se lo habían regalado y que no le gustaban los X-Men; pero yo creo que era un poco gay y yo le gustaba un poquitin, pero no sé. El punto es que tenía a mi Wolverine de traje amarillo con acción de "garras de resorte" y me hacía falta un vehículo decente para meter a mi equipo de segundones marginados y llevarlos de misión.

 
 
Muchos tiempo me pasó como a Bart Simpson (en "tres hombres y una historieta"), hasta que un día cansado de esa añoranza estúpida, y con algo de camino recorrido en las manualidades improvisadas (de las llegarán a saber por este blog), puse manos a la obra. Empecé por juntar referencias y dibujar lo que supuestamente aspiraba a construir, compré el material y me dispuse a dejarme llevar por los dioses de la fortuna. Después de días de ir y venir entre la cotidianidad y la frustración de algo que te sería más fácil no hacer, finalmente di por terminado, mi blackbird.

Observaba aquello y trataba de maniobrar con él como forzándome a asumir que era un juguete comprado pero con la inseguridad tácita de que aquello era poca cosa, y que más que pegamentos, estaba unido con mi ilusión.

Años antes, alrededor de los 7 u 8 años, estaba jugando solo, sobre el suelo alfombrado del vestidor de mis hermanos, el mismo lugar que había visto las ciudades de juguetes y mis infortunios lúdicos amparados por el hermano que más se tomaba tiempo para jugar conmigo. El día en cuestión, conseguí la caja de una licuadora o un extractor para hacer un "vehículo robotico de transporte de tropas"; de entre los escombros de juguetes conseguí unas ruedas de playmobil, unas ventanas de un set del oeste y varias piezas de construcción de edificios Exin y otras de mecano. 

Han visto días mejores
Mientras cortaba con mis tijeras de pollero (son las de la foto y las tengo desde entonces), mi hermano llegó a dejar cosas en su armario. Yo me encargaba de mis asuntos y creía que el de los suyos, hasta que, mientras insertaba una ventana en un nicho recién cortado de la caja, me preguntó -¿Qué haces? - Yo era inocente, sabía la diferencia entre romper un juguete y construir uno así que contesté orgulloso de mis intenciones.

No recuerdo las todas las palabras exactas, pero sí recuerdo el mensaje y el modo porque me dolió. Lo que yo estaba haciendo a los ojos de mi hermano era una cochinada, no debía mezclar partes de un producto de calidad y en buen estado con materiales de segunda como el cartón, y menos aún si yo era solo un niño cuyas habilidades y ambiciones son limitadas. No me impidió continuar pero se marchó después de su  arranque de enojo. Mi falta de criterio le provocó ese estallido, yo era un niño y el estaba en camino de convertirse en un adulto. 

A menudo pienso en ese día como uno que marcó mi camino. Recuerdo que cuando era un adolescente, esa memoria detonaba un silencioso rencor. Luego, con el paso de los años ese rencor se transformó en amarga gratitud y comprensión. A veces es necesario tomar en cuenta verdades que pueden resultar duras. Para mi esa experiencia fue formativa porque fue dolorosa, la tomé en cuenta y la procesé una y otra vez con el paso del tiempo y nunca concluí que debía rendirme.

 El día que terminé el blackbird estaba emocionado por haber acabado y decepcionado porque en el fondo sabía que eso estaba bien para ser una manualidad relativamente funcional y que podía servir como juguete un par de veces antes de que se rompiera o me decepcionara suficiente y lo tirara a la basura. Sin embargo quería sentirme contento porque había logrado algo que me había propuesto y había aprendido mucho en el proceso. 

En casa todos sabían mis andares, además trabajaba en una mesa expuesta a la circulación de toda la familia. Otro de mis hermanos, el mayor casi por 10 años de diferencia; lector de comics de la vieja escuela y fiel espectador de la serie animada de los X-Men en ese entonces, pasó ese día por ahí y se recargó junto a la mesa. Me preguntó si ya había terminado, tenía la expresión pacifica y común de alguien que simplemente esta y no le molesta nada. Se quedó mirando inmutable mientras yo le exponía como se abría la puerta y una escotilla en la panza del avión, una puerta interior con acceso al área de las turbinas, una consola enfrente de dos sillas a las que les faltaban los cinturones, etcétera.

Mi hermano cogió el enorme armatoste hecho 100% de cartón "ilustración" blanco, torcido por las pinturas gamacolor (caras en ese entonces) y ventanas de mica roja. Sonrió burlonamente y me dijo: "Te quedó padre tu caja de zapatos, cuando la aventamos del techo para ver si vuela". Simulé reírme porque no iba ser el blanco de sus burlas pero aún así me dolió porque me recordó la vieja sensación de las verdades duras. 

Más tarde ese mismo día, arrojé el "blackbird" desde el tinaco de mi casa para ver su primer y último "vuelo", aproveché el momento para evaluar la resistencia del pegamento y el cartón. Me decepcionó un poco que no se rompió a la primera y tuve que destruirla después de arrojarla un par de veces más, mi hermano se sorprendió. Fue divertido. 

 

       

 

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